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La ingrávida
turba del odio
sube
sube la levadura de la muerte que se acerca.
Las antenas se desprenden de las almas.
Los cables se sostienen de la aorta.
Y las banderas en puntillas de sus astas se despiden
La congoja venenosa letal y desespera la ira prisionera.
El canto ya no crece.
El cielo gotea
y gotea un infierno tras otro.
El canto ya no crece más.
Sólo un coro subterráneo
lanza a borbotones escorpiones rutinarios
para terminar el miedo y la soledad.

Un cráneo oscuro golpea ventanas
con la calvicie de un anciano sin retinas
y galopa infatigable
por la boca de la palabra que no alcanzaste a pronunciar
y te mira por la mirada que tú diste
a un pedazo del paisaje de estampillas
tu paisaje de molinos y colinas
tu paisaje
para un día rutinario.

Todo esto es muy triste.

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